En una fría mañana de invierno, me encontré esperando pacientemente en la parada del autobús escolar. Mi hija, emocionada por empezar otro día de aprendizaje, se acercaba con sus pequeños pies rápidos y su mochila llena de sueños.

Observaba con atención cada movimiento que hacía, preocupado por su seguridad mientras se acercaba al borde de la acera. El aire fresco de la mañana llegaba a mis pulmones, mezclándose con la emoción y el amor que sentía en ese momento.
Me acerqué a ella, le di un beso en la mejilla y la miré a los ojos. Le recordé lo importante que era mantenerse tranquila y esperar a que el autobús escolar se detuviera por completo antes de subir. Sus ojos brillaban de emoción y entendimiento, mostrando que mi mensaje había sido recibido.

El ruido distante del motor del autobús se acercaba lentamente, marcando su llegada de forma imponente. La niña se puso de pie a mi lado, agarrando fuertemente mi mano mientras se preparaba para embarcar en su viaje diario hacia el conocimiento y la amistad.
Finalmente, el autobús se detuvo frente a nosotros con un chirrido de frenos. La puerta se abrió lentamente, revelando al amable conductor que saludaba a los niños con una sonrisa cálida. Mi hija se adelantó con entusiasmo, subiendo cuidadosamente los escalones del autobús, seguida de cerca por mis ojos vigilantes.
La vi encontrar un asiento cerca de la ventana, ondeándome con una sonrisa que llenaba mi corazón de alegría y tranquilidad. El autobús reanudó su marcha, llevándose a mi pequeña en un viaje lleno de oportunidades y crecimiento.

Mientras me quedaba en la parada del autobús, viendo cómo desaparecía a lo lejos, supe que ese era solo el comienzo de su jornada escolar. Confiaba en que estaría segura y feliz, rodeada de amigos y conocimiento.
Y así, con el sol de la mañana iluminando mi rostro, regresé a casa con la mente en paz, sabiendo que mi pequeña estaba en camino hacia un futuro brillante y lleno de posibilidades.